Una reflexión ética y teológica
La tradición atribuye el Pentateuco (incluido Génesis) a Moisés, pero la mayoría de los estudios bíblicos modernos sostienen que el Génesis fue escrito y compilado siglos después, posiblemente entre los siglos X y V a.C., con fuentes anteriores.
Esto significa que el texto refleja no solo relatos antiguos, sino también la visión del pueblo hebreo en épocas posteriores.
Más que un registro histórico literal, Génesis cumple una función teológica y cultural, explicando el origen del mundo, del pueblo elegido y su relación con Dios.
Por eso, algunos episodios pueden parecer acomodados para justificar costumbres, leyes o la identidad nacional.
Es posible que los relatos se hayan adaptado a las necesidades culturales, religiosas y políticas del pueblo hebreo en el momento de su redacción. Esto no significa necesariamente “mentira”; sino que, se usaron géneros literarios antiguos (mitos, genealogías, narraciones simbólicas) que buscaban dar identidad y cohesión a una comunidad en formación, interpretando los hechos desde una perspectiva teológica, y no histórica literal.
La narrativa bíblica del engaño de Rebeca y Jacob para obtener la bendición de Isaac plantea una pregunta inquietante: ¿puede un propósito santo validarse mediante acciones inmorales? Este dilema no es solo teológico, sino ético y filosófico, y sus implicaciones han trascendido la historia.
El relato y su tensión moral
En Génesis 27, Rebeca conspira con Jacob para engañar a Isaac y obtener la bendición destinada a Esaú. Sin embargo, Dios había revelado previamente: “Dos naciones hay en tu seno… el mayor servirá al menor” (Génesis 25:23). Si el plan divino estaba claro, ¿por qué permitir un medio corrupto? ¿Por qué no instruir directamente a Isaac? Esta omisión parece, para muchos, complicidad de Dios con el pecado.
El argumento del libre albedrío
La teología tradicional sostiene que Dios respeta la libertad humana: “He puesto delante de ti la vida y la muerte… escoge la vida” (Deuteronomio 30:19). Pero este argumento se debilita ante el hecho de que Dios ya había decretado el resultado. Si el fin estaba asegurado, ¿por qué no evitar el pecado? Aquí surge la tensión entre soberanía divina y responsabilidad moral.
Intervenir en cada decisión humana convertiría la historia en una imposición, no en una relación de Amor.
El riesgo de la lógica del fin justifica los medios
Aceptar que un fin santo puede usar medios inmorales abre la puerta a abusos históricos. La Inquisición justificó torturas para “salvar almas”, citando textos como “Compelidlos a entrar” (Lucas 14:23) fuera de contexto las supuestas “brujas” eran quemadas principalmente por razones religiosas, sociales y políticas durante la Edad Media y la Edad Moderna. Se creía que la brujería era una alianza con el demonio, considerada una herejía grave, La Iglesia y los tribunales inquisitoriales veían esto como una amenaza a la fe cristiana. Las acusaciones de brujería se usaban para mantener el orden y eliminar conductas que se consideraban peligrosas o desviadas. Muchas veces se acusaba a mujeres pobres, viudas o con conocimientos de medicina tradicional.
El nazismo, aunque no religioso, usó la misma lógica: un ideal supremo que legitima la violencia. Cuando la ética se subordina al propósito, el mal se institucionaliza.
Moisés y el Génesis
Moisés, al redactar el Génesis siglos después de los hechos, pudo acomodar los relatos para justificar la identidad y superioridad de Israel sobre otros pueblos. Historias como la elección de Jacob sobre Esaú no solo tienen un sentido espiritual, sino también político: explicar por qué Israel domina a Edom. Esto convierte el texto en un instrumento teológico y nacionalista, más que en un registro histórico literal.
Una respuesta ética
Si Dios es justo y santo, su plan no necesita corrupción humana. El relato, entonces, debe leerse como una advertencia: la ansiedad por cumplir la promesa puede llevar a pecar, y el pecado trae consecuencias. Jacob obtiene la bendición, pero a costa de huir y fracturar su familia (Génesis 27:41-43). Esto muestra que el fin divino se cumple, pero el medio inmoral deja profundas heridas.
Conclusión
Un fin santo no justifica medios corruptos. Si lo hiciera, la fe se convertiría en herramienta de opresión. La historia bíblica y la humana nos enseñan que la verdadera justicia no puede nacer del engaño ni de la violencia. La soberanía divina no necesita la complicidad del pecado; más bien, lo redime sin aprobarlo.




Excelente lectura.